HUÉLAMO
Artículo publicado en Octubre de 1957 en el BOLETIN DE GALERIAS PRECIADOS
Semejantes a Calabuch hay, por fortuna, muchos pueblos a lo largo y a lo ancho de nuestra geografía nacional. Huélamo es uno de ellos; está enclavado en la sierra de Cuenca y es uno de esos pueblos al que nos gustaría ir todos los años para bañarnos en su paz y gozar con la visión plástica de las sublimes bellezas que lo rodean. En Huélamo, como en cualquiera de los muchos pueblos semejantes a él que por fortuna hay en España, el ser humano, sin la hipocresía de una sociedad absurda que, del brazo de la vanidad, de la soberbia y del orgullo, se complace en aumentar el peso de sus cadenas, se siente más libre.
Las casas de Huélamo, blanqueadas con cal, con sus tejados rojos, parecen hacer esfuerzos para no rodar por la falda del cerro, sobre la que han sido construidas; buscando quizá el amparo de la enorme roca que se alza a la izquierda del pueblo y que sus habitantes llaman <>, por que, según cuentan, sobre esta roca se alzó en tiempos de moros una gran fortaleza; esta roca, que parece presidir la vida del pueblo, es la base de fantásticas y bellas historias, dignas de ser recogidas en un tomo por pluma más ágil que la mía.
Por las noches, Huélamo parece a lo lejos una gran plaga de luciérnagas posadas sobre la falda del cerro; son las pequeñas bombillas del alumbrado público.
Ya caída la tarde se sucede en Huélamo un espectáculo diario: es la llegada del coche correo, que viene desde Cuenca; a su entrada en el pueblo, es acompañado, entre risas y gritos, por todos los chiquillos, hasta la plaza, donde, con el pretexto de ver quien viene en el coche se han reunido todos los mozos y mozas del pueblo para platicar un rato; así es como Huélamo da la bienvenida al viajero que pronto se sentirá contagiado de la sencilla felicidad de estas gentes; y cuando sienta sobre su rostro la caricia del aire de las montañas y oiga el murmullo de la naturaleza, le será fácil comprender que ninguna paz hay superior a la que supone el contacto directo con los elementos naturales.
Poco después el coche que tiene que seguir hasta Tragacete, será despedido con las mismas risas y gritos que le dieron la bienvenida, y a no tardar, la plaza se quedará sola, porque los mozos y las mozas que antes la alegraron con su presencia se irán retirando a cenar y descansar, porque a la mañana siguiente, al toque del alba, se levantarán para arar, cuidar ganado o segar, según la estación. (En este trabajo las mujeres ayudan a los hombres)
La plaza se queda sola; Ya no se oye más que el ruido que produce el agua de la fuente al despeñarse en la pila de piedra. En el aire flota la felicidad de estas gentes sencillas, que son felices porque nadie, quizá ni ellos mismos, se preocuparon jamás de serlo. Son felices porque nunca pensaron que fuera de su pueblo se les pueda ofrecer diversiones más gratas que la de esperar el coche correo todos los días, el baile de los domingos y días de fiesta y, sobre todo, las fiestas patronales que se celebran todos los años en los primeros días de Octubre.
Juan ESCRIBANO VALERO
Artículo publicado en Octubre de 1957 en el BOLETIN DE GALERIAS PRECIADOS
Semejantes a Calabuch hay, por fortuna, muchos pueblos a lo largo y a lo ancho de nuestra geografía nacional. Huélamo es uno de ellos; está enclavado en la sierra de Cuenca y es uno de esos pueblos al que nos gustaría ir todos los años para bañarnos en su paz y gozar con la visión plástica de las sublimes bellezas que lo rodean. En Huélamo, como en cualquiera de los muchos pueblos semejantes a él que por fortuna hay en España, el ser humano, sin la hipocresía de una sociedad absurda que, del brazo de la vanidad, de la soberbia y del orgullo, se complace en aumentar el peso de sus cadenas, se siente más libre.
Las casas de Huélamo, blanqueadas con cal, con sus tejados rojos, parecen hacer esfuerzos para no rodar por la falda del cerro, sobre la que han sido construidas; buscando quizá el amparo de la enorme roca que se alza a la izquierda del pueblo y que sus habitantes llaman <
Por las noches, Huélamo parece a lo lejos una gran plaga de luciérnagas posadas sobre la falda del cerro; son las pequeñas bombillas del alumbrado público.
Ya caída la tarde se sucede en Huélamo un espectáculo diario: es la llegada del coche correo, que viene desde Cuenca; a su entrada en el pueblo, es acompañado, entre risas y gritos, por todos los chiquillos, hasta la plaza, donde, con el pretexto de ver quien viene en el coche se han reunido todos los mozos y mozas del pueblo para platicar un rato; así es como Huélamo da la bienvenida al viajero que pronto se sentirá contagiado de la sencilla felicidad de estas gentes; y cuando sienta sobre su rostro la caricia del aire de las montañas y oiga el murmullo de la naturaleza, le será fácil comprender que ninguna paz hay superior a la que supone el contacto directo con los elementos naturales.
Poco después el coche que tiene que seguir hasta Tragacete, será despedido con las mismas risas y gritos que le dieron la bienvenida, y a no tardar, la plaza se quedará sola, porque los mozos y las mozas que antes la alegraron con su presencia se irán retirando a cenar y descansar, porque a la mañana siguiente, al toque del alba, se levantarán para arar, cuidar ganado o segar, según la estación. (En este trabajo las mujeres ayudan a los hombres)
La plaza se queda sola; Ya no se oye más que el ruido que produce el agua de la fuente al despeñarse en la pila de piedra. En el aire flota la felicidad de estas gentes sencillas, que son felices porque nadie, quizá ni ellos mismos, se preocuparon jamás de serlo. Son felices porque nunca pensaron que fuera de su pueblo se les pueda ofrecer diversiones más gratas que la de esperar el coche correo todos los días, el baile de los domingos y días de fiesta y, sobre todo, las fiestas patronales que se celebran todos los años en los primeros días de Octubre.
Juan ESCRIBANO VALERO
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